A menos que estés ganando, la mayor parte de la vida te parecerá terriblemente injusta. La verdad es que la vida se basa en reglas diferentes, y esas reglas están ahí; de hecho, tienen sentido. Pero son un poco más complicadas y mucho menos cómodas, razón por la cual la mayoría de las personas nunca logran aprenderlas. Entonces, te das cuenta de que el problema no es que la vida sea injusta, es la idea errónea de la justicia.
¡Así que vamos a intentarlo!
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Regla # 1: La vida es una competencia.
¿La empresa para la que trabajas? Alguien está intentando acabar con ella. ¿Esa gestión que te gusta ejecutar? A alguien le encantaría reemplazarte con inteligencia artificial. ¿Ese “algo u alguien” que quieres? Si, alguien más también lo quiere…
Todos estamos en competencia, aunque elegimos no darnos cuenta. La mayoría de los logros solo son notables cuando se comparan con otros. Nadaste más millas, o bailaste mejor, u obtuviste más “likes” en redes sociales que el promedio. ¡Bien hecho! Es quizás algo incómodo de creer, por supuesto, evitamos verlo de esta forma.
Por lo general escuchamos frases como: “haz tu mejor esfuerzo”, “solo estás compitiendo contigo mismo”; lo curioso es que están diseñadas para que te esfuerces más de todos modos. Si la competencia realmente no importara, le diríamos a los niños con dificultades que simplemente se rindan.
Afortunadamente, no vivimos en un mundo en el que todos tienen que matarse unos a otros para prosperar. La ventaja de la civilización moderna es que hay abundantes y suficientes oportunidades para que todos podamos salir adelante, incluso si no competimos directamente. Pero no caigas en la ilusión colectiva de que no hay competencia. Si niegas que existe la competencia, simplemente estás perdiendo.
Todo lo que se demanda está a una escala competitiva. Y lo mejor solo está disponible para aquellos que estén dispuestos a luchar de verdad por ello.
Regla # 2. Eres juzgado por lo que haces, no por lo que piensas
La sociedad juzga a las personas por lo que pueden hacer por los demás. ¿Puedes salvar a los niños de una casa en llamas, o extirpar un tumor, o hacer reír a una habitación de extraños? ¡Entonces tienes valor!
Sin embargo, no es así como nos juzgamos a nosotros mismos. Nos juzgamos a nosotros mismos por nuestros pensamientos: “soy buena persona”, “soy
ambicioso”, “soy mejor que esto” … Estos pensamientos pueden consolarnos por la noche, pero la realidad es que no son como el mundo nos ve. ¡Ni siquiera son cómo nosotros vemos a otras personas!
Las intenciones bien intencionadas no son suficientes. Las habilidades no son apreciadas por su virtud: un conserje que trabaja duro es menos recompensado por la sociedad que un corredor de bolsa despiadado. Un investigador en búsqueda de la cura para el cáncer recibe menos recompensas que una supermodelo. ¿Por qué? Porque esas habilidades impactan a más personas.
Nos gusta pensar que la sociedad premia a quienes hacen el mejor trabajo.
Pero en realidad, la recompensa social es un efecto de red. La recompensa se reduce principalmente a la cantidad de personas a las que impacta:
Escribe un libro inédito, no eres nadie. Escribe un Best Seller y el mundo quiere conocerte. Desafortunadamente, la misma regla se aplica a todos los talentos, incluso a los desagradables: desnúdate para una persona y podrías hacerla sonreír, desnúdate para cincuenta millones de personas y podrías ser la próxima celebridad con su propio programa de TV.
Puede que odies esto. Pero la realidad es que se nos juzga por la capacidad de hacer algo y el volumen de personas a las que puede impactar. Si no aceptas esto, el juicio del mundo parecerá realmente muy injusto.
Regla # 3. Nuestra idea de justicia es el interés propio
A la gente le gusta inventar la autoridad moral. Es por eso que tenemos árbitros en los juegos deportivos y jueces en los tribunales: tenemos un sentido innato del bien y el mal, y esperamos que el mundo cumpla. Nuestros padres y maestros nos enseñan esto: “sé un buen chico y como recompensa come unos dulces”.
Pero la realidad es indiferente. Estudiaste mucho, pero reprobaste el examen. Trabajaste duro, pero no te ascendieron. La amas, pero ella no devolverá tus llamadas.
Echa un vistazo a esa persona que te gusta pero que no te corresponde. Esa es una persona completa. Una persona con años de experiencia siendo alguien completamente diferente a ti. Una persona real que interactúa con
cientos o miles de personas cada año.
Ahora bien, ¿cuáles son las probabilidades de que seas automáticamente su primera elección para el amor de su vida? ¿Sólo porque existes y sientes algo por ella? Entiendo que esto sea importante para ti, pero la decisión de esta persona no se trata sobre ti.
Del mismo modo, nos encanta odiar a nuestros jefes, padres y políticos. Sus juicios son injustos y tontos. “¿Por qué no están de acuerdo conmigo? ¡Deberían hacerlo, porque soy sin duda la mayor autoridad en todo el mundo!”
Es cierto que hay figuras de autoridad verdaderamente horribles. Pero no todos son monstruos malvados y egoístas que intentan llenarse los bolsillos y saborear tu miseria. La mayoría solo están tratando de hacer lo posible, en circunstancias diferentes a las tuyas.
Tal vez ellos sepan cosas que tu no sabes, como, por ejemplo, que tu empresa se arruinará si no hacen algo drástico. O tal vez tengan prioridades diferentes a ti, como, por ejemplo, el crecimiento a largo plazo sobre la felicidad a corto plazo.
Sin importar cómo te hagan sentir, las acciones de los demás no son un juicio cósmico sobre tu ser. Son solo un subproducto de estar vivo.
¿Por qué la vida no es justa?
Nuestra idea de justicia no se puede obtener. En realidad, es solo un pensamiento o ideal.
¿Te imaginas lo loca que sería la vida si realmente fuera “justa” para todos? A nadie le podría gustar alguien que no fuera el amor de su vida, para no romper un corazón. Las empresas solo fracasarían si todos los que trabajaran para ellas fueran malvados. Las relaciones solo terminarían cuando ambas personas murieran simultáneamente. Las gotas de lluvia solo caerían sobre personas malas.
La mayoría de nosotros nos obsesionamos tanto con “cómo debería funcionar el mundo” que dejamos de ver cómo realmente lo hace…